El diario digital, El Español, edita un acertado artículo firmado por Pedro Insua. De dicho artículo, elblogdefcosvi, únicamente tenemos una discrepancia, es la misma que mantenemos con la mayoría de los medios de comunicación, opinadores y políticos, que no es otra que; "No existe confrontación Catalunya con España", tampoco hay, "conflicto con Catalunya", ni "problema con Catalunya". La confrontación, el conflicto, el problema que tiene el Estado Español y que, no es en absoluto menor, es con unos osados, manipuladores, populistas y antidemocraticos políticos, determinados sectores sociales y mediáticos catalanes, que no son otros que, los de la argucia política disfrazada de independencia.
Pedro Insua (Vigo, 1973), licenciado en Filosofía por la Universidad Complutense de Madrid. Colabora con sus escritos en revistas de filosofía, escritor y colaborador en diversos medios de comunicación. Como Investigador asociado de la Fundación Gustavo Bueno ha intervenido en diversos cursos, congresos y ciclos de conferencias tanto nacionales como internacionales.
Dialogar, ¿para qué?
diario digital, El Español
COLUMNAS SAL-LE AL PASO
Por:Pedro Insua
07-02-2020
La confrontación España/Cataluña,
sobrentendida como una relación de tensión en la que la segunda aspira, al
parecer, a ejercer unos derechos soberanos que la primera le impide, es
completamente tendenciosa y falaz (inducida por el nacionalcatalanismo) porque
parte, precisamente, de una falacia de petición de principio, a saber: la de
presuponer a Cataluña como una nación cuya constitución se ha producido al
margen de España, con derechos adquiridos que le han sido hurtados (por
ejemplo, hacia 1714), y que, ahora, España tiene la obligación “democrática” de
devolverle.
Consecuencia necesaria de esta
petición de principio es que la reivindicación de un referéndum para ejercer el
presunto “derecho a decidir” se vuelve paradójica: si solo votan “los
catalanes”, entonces ya se considera a Cataluña como nación soberana (y por
tanto independiente), siendo así que un referéndum que sancione tal hecho, al
margen del resultado, sería completamente superfluo (para poder votar y decidir
si son nación o no tienen, ya, que ser nación).
Por otra parte, si a Cataluña se
le considera parte de España, como una región entre otras, entonces el
referéndum involucraría al resto de la nación española, en su integridad, que
como sujeto decisorio seguiría determinando el estatuto político de Cataluña.
En un primer caso, en el que decidan sólo los catalanes, no haría falta votar,
porque ya se le ha concedido desde el principio aquello que se quiere decidir
(y no por resultado de la votación, que aún no se produjo); en un segundo caso
tampoco hará falta votar, porque, también desde el principio, y de nuevo al
margen del resultado, este sería consecuencia de un derecho ejercido por todos
los españoles.
No hay, pues, posibilidad de una
vía “plebiscitaria” (“democrática”) hacia la separación de Cataluña, de tal
modo que si esta, finalmente, se produjese (y no hay ninguna razón para pensar
que no se pueda llegar a producir), nunca sería porque “los catalanes” hayan
decidido “su futuro”, sino porque la facción separatista, y por las vías que
fueran (la negociación, el diálogo, el chantaje, la extorsión, etc), se habría
terminado por imponer al resto, impotente para evitar la fragmentación e
impedir que una parte se apropie de lo que no es sólo suyo.
Y es que este sería, y no otro,
el resultado de la separación de Cataluña: no la “restauración” de unos
derechos que nunca han existido, los de esa fantástica Cataluña soberana, sino
que representaría un auténtico saqueo, una usurpación, operado sobre los
españoles (incluidos naturalmente los catalanes), al hurtarles una parte de su
territorio, la región catalana, que, de momento, sigue siendo suyo, del
conjunto de la nación española, mientras no se renuncie a él.
El nombre que el separatismo le
ha dado a esta usurpación es el de “derecho de autodeterminación”, y que no es
otra cosa, en realidad, que un salvoconducto eufónico para ejercer la exclusión
y la segregación sin cortapisas de unos españoles por otros, buscando, en
último término, su división y enfrentamiento.
Hable de lo que hable Sánchez con
Torra, y Torra con Sánchez, ninguno tiene autoridad ni derecho a dividir y
enfrentar a los españoles, siendo así que una sociedad dividida y enfrentada
es, naturalmente, menos libre -soberana- que unida y coordinada. Una España
rota y dividida en pequeños estados significaría para ellos, no la
“independencia”, como pretende el separatismo y cómplices, sino mayor
dependencia de otros estados más grandes y poderosos e, incluso, de empresas
multinacionales, para las que los nuevos estaditos serían presa fácil.
Naturalmente que esto es un
conflicto de naturaleza “política” por el que España está sufriendo la
embestida de la amenaza separatista, de tal manera que, si los planes de las
facciones separatistas salen adelante, ello supondría la descomposición
nacional. Y esto es lo único que ofrece Torra a la sociedad española, su
descomposición nacional.