Una vez más, El diario digital Vozpópuli, aparte de la información, nos ofrece artículos de opinión. En el día de hoy, Vozpópuli incluye un buen y acertado artículo de opinión,firmado por Gregorio Morán.
Un realista buen artículo y, a su vez, triste para nosotros, dado que hace referencia a nuestra ciudad, Barcelona, la cual, cada día que pasa se acentúa su general deterioro. Realidad que, desde este mismo blog, y por la red social Facebook hemos denunciado y señalando a los que creemos que son los responsables de ello, las propias instituciones de la Ciudad Condal, el ayuntamiento, la Generalitat, los de la argucia política disfrazada de Independencia, junto la enorme inoperancia del resto de los partidos políticos.
Por entender que el artículo puede ser del interés de nuestros lectores, lo adjuntamos en elblogdefcosvi.
Gregorio Morán Suárez (1947-Oviedo- Asturias) escritor, periodista y articulista colaborador en distintos medios de comunicación. Autor de fina visión, virtud, la cual sin duda le ha provocado más de un problema, dado que no se acepta la franqueza, más si está contiene una cierta ironía. Gregorio Morán tiene en su haber magníficos artículos y a su vez es autor de más de una docena de buenos libros, entre los cuales, dos biografías, entre otros, " La cura de los mandarines" del año 2014, editorial Akal y " La decadencia de Cataluña, contada por un charnego" del el año 2013, editorial Penguin Random House.
Barcelona no es de fiar
Barcelona se ha ido deteriorando
conforme la sociedad y sus poderes adoptaron el narcisismo urbano, lo que
sumado a la situación política de Cataluña ha dado ese resultado
incontrovertible
Plaça Real de Barcelona
Sabatinas Intempestivas
por: Gregorio Morán
a 22.02.2020
Gregorio Morán
Las ciudades enferman. Hay
algunas que se mantienen con cuidados intensivos y así llevan siglos, con sus
achaques y remedios paliativos. Véase Venecia. Aún sigue con multitudes de turistas
que dan fe de cierta inclinación de los seres humanos a contemplar los restos,
fastuosos, de lo que fue emporio de civilización y que hoy sobrevive a duras
penas. En el otro extremo, nadie que la haya visto olvidará la imagen de
Atlantic City, con aquel crepuscular Burt Lancaster en el no menos crepuscular
filme de Louis Malle; ahí estaba una ciudad de antiguos sueños de juego y
fiesta devenida en escenografía para ídolos rotos.
Ni lo uno ni lo otro, pero sí un
poco de uno y de otro, Barcelona se ha ido deteriorando conforme la sociedad y
sus poderes adoptaron el narcisismo urbano, lo que sumado a la situación
política de Cataluña ha dado como resultado algo incontrovertible: esta ciudad
no es de fiar. Con esa perspectiva no resulta extraño que la industria de los
ordenadores, la más representativa de los tiempos que corren, se haya acogido a
una disculpa de gran calado, el coronavirus, para dar el carpetazo a los
riesgos que genera la incomodidad de una urbe desnortada.
Hasta que los grandes de la computación
no mostraron su desinterés por arriesgarse a la feria del Mobile en Barcelona,
parecía como si la ciudad condescendiera con ellos y les consintiera pisar esta
tierra salutífera. Era un favor del narcisismo urbano a los comerciantes más
avispados del planeta. Bastó que alguien soplara una improbable alarma para que
el castillo de naipes se derribara y nos adentráramos en la fórmula barcelonesa
por excelencia: la herencia de tiempos de industriales de fortunas y queridas
exuberantes, ocultas a la indiscreción. El silencio de la complicidad se hizo
dueño. Nadie se atrevió a preguntar a los poderes siempre ubicuos de esta
ciudad sin prodigios por qué Ámsterdam celebraba su Mobile con una sola empresa
ausente y por qué aquí nadie asumía si no había algo que dificultaba la empatía
de esta urbe, jactanciosa de un pasado de acogimiento y urbanidad.
La elogiosa cita de Cervantes en
el Quijote caducó y lo que ayer fue ahora ya no es. Nadie se juega su prestigio
cuando éste se valora en miles de millones porque a una ciudadanía impotente y
en ocasiones cómplice se le ocurra asumir lo inasumible. Cuando la alcaldesa
Ada Colau considera que su timbre de gloria está en ser la primera edil que
exhibe su bisexualidad, a mí me importa lo mismo que si tuviera inclinaciones a
la zoofilia o al nudismo doméstico, un terreno limitado a la privacidad, y de
lo que se trata es de hacer funcionar una ciudad abandonada a la improvisación.
"Como el
consejero Buch no puede apelar a Trump y el derecho a llevar armas, nos sugiere
que llevemos bien apretado el bolso y la cartera, y que tengamos suerte"
Si una alcaldía vive de sus
ensoñaciones puede ocurrir de todo; incluso aprovechar los escasos espacios
libres para edificar, digo bien, edificar plazas duras. La invención de las
plazas duras es uno de los escarnios a que someten los alcaldes con rostro de
cemento armado a los vecinos, con la nada abnegada ayuda de los arquitectos
ejecutores de este delito urbano. Son plazas en las que no debe haber nada
verde, ni árboles. Todo obra muerta y cobrada con la tampoco abnegada
colaboración de las taciturnas agrupaciones ecologistas. ¡Fuera el verde, que
cuesta dinero, y viva el cemento, que da trabajo a los intelectuales del
diseño! Desde que Barcelona se miró en su espejo y se creyó Narciso la ciudad
está llena de plazas duras: hasta tiene una dedicada a los Países Catalanes,
premiada por el gremio, cuya vista me produce siempre perplejidad y cuya única
bondad reside en el lugar de la amplia instalación, frente a la Estación de
Sants, lo que consiente que verla y escapar pueda hacerse en apenas un impulso.
Nadie recuerda ya las palmeras
que se enseñoreaban de las grandes avenidas olímpicas, ni de los barrios para
jóvenes profesionales asentados, convertido todo en pecios de naufragios
sucesivos. Eso sí, la Policía Municipal podrá a partir de ahora llevar
tatuajes. Gran decisión, porque confundirá a los urbanos con el paisaje humano
de barrios fuera de control, sin ley, pero con mucha historia. Por algo antes
se llamaba Barrio Chino y ahora se denomina El Raval. Cuando una concejal
socialista, Itziar González, pretendió poner coto a la delincuencia en pisos y
adicciones hubo de dimitir ante el silencio de sus compañeros de partido, de
los medios de comunicación y de los poderes públicos. Entendió que le iba la
vida en el empeño y lo dejó. Discreción es la norma, y para enseñanza de
discretos nada como no darse por enterados. La última propuesta de la
Consejería de Interior ante la alarmante inseguridad de Barcelona consiste en
la “autoprotección”. Como el consejero Buch no puede apelar a Trump y el
derecho a llevar armas, nos sugiere que llevemos bien apretado el bolso y la
cartera, y que tengamos suerte. Sería para reír si no fuera para llorar. Una
variante de aquel indescriptible anuncio oficial que clamaba, como quien tira
el dinero para pagar la ronda: Barcelona, ponte guapa, sin precisar quién debe
gratificar al cirujano plástico.
"Qué interés
puede tener alguien en arriesgar sus millones en una ciudad donde se jalea a
los muchachos de los CDR, protegidos por sus padres en la Generalidad"
Barcelona sufre todas las tardes
a partir de las ocho un piquete que no alcanza a cien personas pero que bloquea
la vía norte de la ciudad, la Meridiana. Llevan así varios meses y seguirán
hasta que les pete, y ojito con acercarse a preguntar o fotografiar, como lo
hizo el periodista Xavier Rius. Te agredirán ante la mirada ingrávida de los
Mozos de Esquadra.
Seamos coherentes: qué interés
puede tener alguien en arriesgar sus millones en una ciudad donde se jalea a
los muchachos de los CDR, protegidos por sus padres en la Generalidad, que
pinchan las ruedas de las bicicletas de alquiler, queman autobuses de turistas
o pintarrajean las sedes de sus adversarios. Barcelona no es lo que fue.
Podemos ponernos estupendos y abonar el huerto narcisista para introducir el
conflicto de Trump y China, en la misma medida que un día se reaccionó al
atentado yihadista de las Ramblas gritando No tenemos miedo, el lema más
críptico de manifestación alguna. No se decía por miedo a quién no se tenía
miedo, ni por qué no había que tenerlo cuando toda la ciudad estaba acojonada,
los poderes públicos mintiendo y los muertos abandonados.
Venecia tiene una larga lista de
homenajes; a Atlantic City le basta con el de Malle y Lancaster; aquí ¡oh
Narciso! apenas nada. Barcelona no es de fiar; se lo ha trabajado a pulso y
púa.