martes, 4 de febrero de 2020

El aplauso búlgaro

La revista digital, CTXT, siempre interesante su lectura, entre sus artículos de opinión, incluye el firmado por el periodista catalán, Guillem Martínez. Un irónico y buen artículo, con preámbulo definitorio. 

Sobre el artículo, únicamente tengo, desde mi total respeto, una discrepancia, y es sobre lo que el autor escribe: "Y porque no hicieron nada". Aquí mi desacuerdo, dado que entiendo si hicieron y mucho, continuando haciéndolo. A mi criterio, todo unos  gravísimos comportamientos antidemocraticos y, a su vez, llenos de cinismo y de conscientes ilegalidades, así como continuas  faltas de respeto. Merecedores, como mínimo, de su inhabilitación permanente, para ocupar cargo político publico alguno, ni de beneficiarse de retribución publica por haberlo ocupado.  



Los reyes, la princesa y la infanta presiden la Solemne Sesión de Apertura de la legislatura. Fotografía,  DAVID CORRAL / CONGRESO DE LOS DIPUTADOS



El aplauso búlgaro


a 03/02/2020

medio digital CTXT

por: Guillem Martínez 


Guillem Martínez


Esta legislatura viene con una mochila tóxica llamativa. El peso de la crisis social, económica y territorial está esbozando algo que, en otra sociedad con otro periodismo, sería una crisis de régimen




Yo estuve allí. Solemne inauguración de la XIV Legislatura. Han sacado los tapices a la fachada, y han traído los Chunda-Chunda All-Stars, que tocan el himno de España y esas cosas. Los polis visten de portero de discoteca, y el personal del Congreso va con un uniforme en modo fiestuqui Ferrero Rocher. Parece, en efecto, que han tirado la casa por la ventana. Se dice, entre los corros de periodistas bien informados de MAD, que incluso iban a traer una tuna, pero que ha sido imposible, que están boquerón porque el PP se peló en 2013-15 medio millón de euros públicos en evitar que la sangre de Bárcenas llegara al río. Pero eso no desluce la fiesta que se presenta, como siempre, con un programa atractivo y netamente federal. A saber: a las 7:00 se ha iniciado el ya tradicional encierro de vaquillas en la Carrera de San Jerónimo, luego ya todo ha sido un no parar, empezando con el concurso de marmitako, pasando por un acto de concienciación del coronavirus, consistente en el lanzamiento de un inmigrante asiático desde un campanario anejo, y finalizando con una vistosa Santa Missa catalana, amenizada por L’Escolania de Nens i Nenes Procesistes de Viena. Estos actos vienen a dibujar la riqueza y el singular gracejo de los pueblos de España, así como, más notoriamente si cabe, el hecho de que España está edificada sobre un cementerio indio. Por lo demás, doña Letizia, arbitrio de la elegancia siempre fiel a la moda española, ha apostado por un vestido evasé del polémico diseñador Primark, las infantas han vuelto a faltar al cole –están a dos pellas de Tom Sawyer–, y todas las expectativas del día se concentran en ver si el rey finalizará su discurso con una frase de la niña de El Exorcista. Lo que daría sentido, explicación y excusa al único, hasta ahora, discurso programático de su reinado. El 3-O de 2017, aquella invitación al diálogo. En los tribunales.

El caso de la cosa. Y este, me temo, es el caso de la cosa, amiguitos. Esta legislatura viene con una mochila tóxica llamativa. Su solución o su peso asfixiante serán, precisamente, esta legislatura. El peso de la crisis social, económica y territorial está esbozando algo que, en otra sociedad con otro periodismo, sería una crisis de régimen. Con todas las letras. Los tramos y bandos más involucionistas en todo este pack, el epicentro de la más profunda involución y reformulación del R’78 (régimen del 78), vienen modulados por el discurso del rey el 3-O, que ha dado para un juicio por rebelión sometido a cachondeo en Europa, dos campañas electorales de las tres derechas españolas, y para una agenda política para parte de la política y el periodismo español. A su vez, el republicanismo nunca ha estado tan presente en una cámara. Incluso, en un Gobierno post-78. Pero se trata de un republicanismo con amplios tramos inquietantes.

El juramento de los Horacios, pero poquito. Momentos antes de la sesión solemne, ERC, JxC, CUP, BNG y Bildu han presentado ante la prensa del Congreso un manifiesto republicano: "No tenemos Rey". "Democracia, libertad, repúblicas". Mola. Bien. Si bien adolecía de cosa simbólica. El republicanismo, cuando es simbólico, apaga y vámonos. El simbolismo ese venía acrecentado por la presencia en el acto de JxC, un partido en evolución imparable hacia la derecha populista, y por ERC, un partido en las antípodas del republicanismo. O, al menos, de su patrimonio, la honestidad republicana. Tan recientemente como la semana pasada, un grupo de presos de ERC y JxC fue al Parlament, a una Comissió sobre el 155. Y mintieron. Se desdijeron de lo que declararon en el juicio y presentaron un republicanismo-titadine, sustentado en la falsedad documental de la realidad. Esa gente debe salir de la cárcel, porque la cárcel es un abuso sustentado en la estética del discurso del 3-O. Y porque no hicieron nada, salvo mentir a su sociedad. No hicieron, en ese sentido, ni un referéndum, para lo que se cuidaron mucho de darle matarile, en su día, a la Junta Electoral. Pero también deben dimitir de toda actividad política. Precisamente, por criterios republicanos. Por mentir, vamos. Rayos, ya han empezado los discursos. Para no rebajar a la anécdota una tradición robusta. Llamada republicanismo.

Bateting. Batet, la Presidenta del Congreso, se arranca con un sentido homenaje a Galdós. El último Galdós, el autor dramático, que ya no el novelista, fieramente comprometido con el socialismo y el republicanismo, iba a ser, por cierto, el Presidente de la República en 1917, en el caso de que ese año hubiera triunfado la huelga general. La cita de Galdós indica, por tanto, la estética de estos discursos inaugurales. Lo admiten todo. Lo que indica que sirven para poco. Son cultura pop/buen rollo. Nadie, en fin, en la política española, salvo la derecha, dice lo que piensa. Y menos en un discurso inaugural. Aún así, el discurso de Batet tiene algunos trazos que le dan sentido frente a otros. Parece el discurso de una directora de un centro escolar en el que recientemente ha habido un caso de bullying. Recuerda demasiadas veces el abecé de la democracia, aquello de que se ha de respetar al otro y cosas así, algo raro en una XIV Legislatura, más propio de un monográfico teletubby de ciencia política, y que viene a recordar que aquí, en efecto, ha pasado algo raro. Concluye con una apropiación de la monarquía, ubicándola en el epicentro del concepto consenso –desde 2017, como que no–, y en la línea contraria a las ulteriores apropiaciones de la disciplina, más efectivas y realizadas por parte de PP y Vox. Finaliza con un viva-la-Constitución y viva-el-rey, un final de discurso inaugural poco frecuente en el entorno, donde nadie finaliza ningún discurso con un viva-la-V-República, por ejemplo. Los vivas son gritos antiguos. En la actualidad sólo se utiliza la partícula viva en las bodas –esas ceremonias codificadas hace centurias– y en la política, topos en el que da canguelo que haya codificaciones centenarias. El rey toma la palabra.

Feliping. El discurso del rey está, como todos, refrendado por el Gobierno. El del 3-O, por cierto, no lo estuvo. Es decir, lo estuvo, pero el Gobierno no tocó una coma. Cabe suponer que el Gobierno Sánchez está más preocupado que el de Rajoy ante el hecho de que un rey practique la escritura automática, y se exponga con ello a las aportaciones de Lacan. Este discurso, por tanto, ha sido trabajado para que diga lo mínimo posible, para que sea lo contrario al discurso del 3-O. Así, el discurso dice, otra vez, obviedades sobre los mecanismos y trasfondos democráticos, impropios de una XIV Legislatura. Parece centrarse en la unidad familiar de la monarquía –un llenapistas en todos los discursos del rey, que parece denotar cierto estrés por la transmisión de la institución–, dibuja a la monarquía como “símbolo de la unidad y permanencia” del Estado –se podría haber optado por otros simbolismos, pero se ha optado por este–, y repite, a nivel chupito, una alocución, inquietante en su uso en los últimos años: "pueblo-español". Tras una reivindicación del sistema del 78 como lo más –algo insuperable, se diría–, la cosa finaliza con un aplauso multitudinario de la Cámara. Bueno, de la cámara que aplaude. PSOE y las tres derechas, fundamentalmente. Lo que viene siendo el antiguo bipartidismo. Que, lo dicho, aplaude. Y aplaude. Y aplaude. Aplaude. Más tiempo de lo decoroso. Uno observa a los de Vox y parece que, además de polígonos de tiro, dispongan de polígonos de aplausos, donde van a afinar su puntería aplaudiendo. Aplauden una cantidad de minutos inusitada. Y siguen aplaudiendo. Es indudable que Casado –queda patente su virtuosismo; ese hombre podría aplaudir hasta de espaldas, o con la luz apagada– hizo un máster en aplausos en la URJC. Y aplauden. El rey no ha dicho mucho. Pero le aplauden. Finalmente, cuando todo esto empieza a ser ridículo, Sánchez deja de aplaudir, y los del PSOE dejan de dar palmas al momento. Pero ellos siguen aplaudiendo. ¿Qué aplauden? Ni idea. Tal vez, simplemente, no aplauden a Batet. O tal vez no hay nada en esta sala, salvo los aplausos. Búlgaros. Y siguen aplaudiendo. A nada. A, quizás, un símbolo de la unidad y la permanencia de más cosas de las que comprendemos. A una agenda.