El fin de
la Historia y los cuentos sin fin
pòr :Adrian Mac
Liman
31-01-2016
Blog: Ventana al
Mundo
En
la última década del siglo pasado causó un gran revuelo la publicación del
ensayo " El fin de la Historia y el último
hombre " del politólogo estadounidense Francis Fukuyama. ¿El fin de la
historia? La tesis defendida por Fukuyama en 1992 parecía relativamente
sencilla: al finalizar la Guerra Fría, es decir, en enfrentamiento ideológico
Este-Oeste, la Historia se había acabado. La única opción viable para el mundo,
para el conjunto de las naciones de la Tierra, era la democracia liberal, sistema socio-político que se sustentaba en
tres pilares: la economía de mercado, la
gobernanza democrática y el imperio del derecho. Una receta única, basada
en un pensamiento único.
Fukuyama
aludía al pensamiento hegeliano al afirmar que: el fin de la historia significaría el fin de las guerras y las
revoluciones sangrientas, los hombres satisfacen sus necesidades a través de la
actividad económica sin tener que arriesgar sus vidas en ese tipo de batallas.
¿Un
mundo sin guerras, sin enemigos, sin abusos, sin corrupción? ¿Una sociedad
global democrática? Aparentemente, esa perspectiva no era del agrado del
establishment político militar que controla los destinos de la humanidad. En
1992, mientras Bosnia estaba sumergida en una guerra étnica, inesperado
conflicto entre cristianos y musulmanes europeos, los aviones de la OTAN
bombardeaban Serbia, uno de los últimos reductos del mal llamado socialismo científico. El ensayo de
Fukuyama se publicó unas semanas antes de la revelación del prestigioso
rotativo Washington Post, que profetizaba
la aparición de otro temible enemigo potencial: el Islam. Cabe suponer que la
predicción no nació en la redacción del diario, sino el algún despacho oficial
de la capital estadounidense. La democracia liberal tenía, pues, un enemigo: el
mahometismo. Mas la clase política occidental se apresuró en corregir el error.
El verdadero enemigo no era el Islam, sino los… islamistas radicales. Algunos
amigos que profesaban la religión fundada por Mahoma insistieron en cambiar el
nombre: hablen de musulmanes radicales,
no de islamistas; asimilar a la Casa del Islam a las acciones de unos pocos es
una ofensa… Pero, ¿quiénes eran esos
musulmanes radicales? Lo comprendimos, Occidente lo comprendió el 11 de
septiembre de 2001. Exactamente nueve años después de la publicación del
premonitorio artículo del Washington Post y… del libro de Francis Fukuyama.
Lo
que sucedió después en harto conocido: Afganistán, Irak, las primaveras árabes, la guerra civil de
Siria, Yemen, la caída de algunos dictadores (Gadafi, Mubarak)… el advenimiento
del caos. Los Bush, Clinton y Obama trataron de reconducir la situación. Sin
éxito; todos los intentos de aparente modernización del mundo árabe fracasaron.
La Historia seguía su curso, fragmentada en… cuentos sin fin.
Francis
Fukuyama volvió a aparecer hace unas semanas en una república caucásica
exsoviética, en un foro patrocinado por entes públicos estadounidenses. Esta
vez, el mensaje del antiguo neo-con distaba mucho de la profecía de 1992. No,
el fin de la Historia aún no había llegado. Habrá que esperar la desaparición
de dos grandes obstáculos: el putinismo
y el islamismo. Dos enemigos que, al menos aparentemente, poco tienen en común.
El radicalismo islámico, creado o fomentado por las fuerzas ocultas del aparato estadounidense, con apoyo saudí,
qatarí, etc. ha llevado a la creación del siniestro Estado Islámico. Para
Fukuyama, los militantes del EI son un puñado
de jóvenes sin novias y sin trabajo. Se acabó el fin de la Historia;
empiezan los cuentos sin fin.
El
putinismo, la nueva e inesperada
amenaza, nació de un simple error de cálculo de los politólogos de la
Universidad de Yale, quienes habían sugerido, también en 1992, que tras la
caída del sistema soviético y la desintegración de la antigua URSS, el Kremlin
acabaría arrodillándose ante la presión de Occidente. Contaban los analistas
estadounidenses con una pinza OTAN – China.
Obviamente, tomaban sus deseos por realidades.
Si
bien es cierto que las promesas de Mijaíl Gorbachov sobre la transición rápida
hacia la democracia liberal, léase la economía de mercado, parecían
materializarse durante el mandato de Boris Yeltsin, la llegada al poder de
Vladimir Putin coincidió con la introducción progresiva de un sistema
autoritario.
"Nos equivocamos en
1991 al creer que la transición será rápida ", afirma Fukuyama, recordando sin embargo que la democracia liberal tardó más de un siglo
en arraigarse en los países de Europa Occidental. Y añade: habrá islamismo y
putinismo para rato.
En
resumidas cuentas: prepárense para el sinfín de cuentos.