miércoles, 3 de julio de 2013

La Catalunya postautonómica

                                    La Catalunya  postautonómica

La encuesta del CEO ha venido a corroborar lo que los resultados electorales venían señalando por lo menos desde que el tripartito relevó a CiU en el gobierno de la Generalitat: CiU y PSC llevan muchos años a la baja. La clara victoria de Artur Mas en 2010 fue un éxito circunstancial —fruto del deterioro del gobierno saliente y del desbarajuste del Estatuto— que no ha cambiado la tendencia decreciente del nacionalismo conservador. La caída de los dos grandes partidos responde a un cambio estructural de la política catalana. Independientemente de cómo terminen los procesos en curso, Cataluña ya se ha situado en una fase postautonómica. De ahí la modificación en curso del sistema de partidos. No sabemos qué formas institucionales tomará la nueva etapa, pero sí sabemos que la Cataluña autonómica es el pasado.

La Cataluña autonómica se basaba en un juego de equilibrios entre tres factores: singularización nacional, voluntad de regeneración de España y compromiso con la gobernabilidad del Estado. En la más genuina tradición del catalanismo, el pujolismo seguía creyendo que Cataluña tenía la misión de modernizar España. Y entendió el llamado pacto de la transición como la disposición de España a reconocer a Cataluña como sujeto político a cambio de que esta se comprometiera a contribuir al buen funcionamiento de las instituciones del Estado. El despliegue de un nacionalismo lingüístico e identitario le permitía a Pujol mantener la hegemonía ideológica en Cataluña sin poner en grandes aprietos al gobierno español de turno.

El sistema electoral otorgaba a CiU una fuerza excepcional cada vez que ninguno de los grandes partidos conseguía la mayoría absoluta en España. Y así se fue desarrollando un peculiar sistema de mercadeo. En aquel marco político, Cataluña se articulaba en función de un eje de más a menos catalanismo, que tenía como referencias al nacionalismo de CiU y el catalanismo del PSC. Sobre este eje se sobreponía el factor derecha-izquierda que creció en relevancia en el momento en que Pujol aceptó el abrazo del oso del PP, dando paso al gobierno tripartito de izquierdas. Entonces, la independencia salió de su marginalidad para configurarse como una propuesta con vocación mayoritaria en la campaña electoral de Carod Rovira en 2003. El final del pujolismo abría un tiempo nuevo.

Si Mas acelera al frente del proceso independentista, lo más probable es que Esquerra le siga ganando terreno, y si pone el freno e intenta volver a la senda constitucional

Empezó así el camino hacia la Cataluña postautonómica que tomó cuerpo con la crisis del Estatuto de 2006, signo de ruptura del pacto de la transición. El rechazo de un Estatuto aprobado en referéndum por los catalanes fue una negación manifiesta del reconocimiento. El fracaso castigó a un tripartito falto de liderazgo y autoridad y permitió el regreso de CiU. La alianza de Artur Mas con el PP en su primera legislatura y la sintonía en materia de política económica entre los dos partidos, después de la conversión de Convergència al neoliberalismo y a la austeridad, hicieron pensar que volvían los tiempos del estatus quo autonómico. Fue una ficción. El país estaba ya en otro punto, en la Cataluña postautonómica. Y así se confirmó en el agitado final de 2012.

Con la independencia convertida en el principal proyecto político en escena y con la izquierda incapaz de presentar un programa económico y social alternativo, el eje político de la Cataluña postautonómica, se desplaza al Sí/No  a la independencia, en un panorama indudablemente incierto, en el que a menudo el proceso soberanista se ha presentado a la ciudadanía de un modo irresponsable como algo fácil y de costos limitados, lo cual puede redundar en desmovilización, por un lado, y frustración, por otro. En este escenario, el PSC sigue desubicado en tierra de nadie y CiU muestra sus limitaciones porque su cultura original está en otra época. Solo cuando la Cataluña postautonómica tome forma institucional se podrá volver a la normalidad del eje derecha/izquierda, en la que probablemente ni CiU —que habrá mutado hacia otra u otras formas políticas— ni el PSC —camino de la gropusculización tendrán el papel que tuvieron en el pasado.

En este contexto, se entiende el dilema dramático de Artur Mas, cuya carrera política parece marcada por cierto fatalismo (recordemos sus dos dolorosas victorias perdedoras y su fiasco de hace siete meses): si acelera al frente del proceso independentista, lo más probable es que Esquerra le siga ganando terreno, y si pone el freno e intenta volver a la senda constitucional, Esquerra le pasará por encima. Es tiempo de política en mayúscula, para que la ciudadanía sepa cómo y hacia dónde se quiere ir, para que los partidos busquen alianzas sin ventajismos, para forzar a los dirigentes españoles a dar respuestas y para buscar aliados en Europa. No será fácil porque predomina el hábito de política en minúscula.

Josep Ramoneda, 25/06/2013 El Pais